Argentino puede salvar al mundo

Jueves 08 de Septiembre de 2016, 08:42

El padre Pedro llegó a África en 1969, con 20 años, para integrarse con las comunidades malgaches y devolverles la dignidad que la extrema pobreza les había quitado.



En junio de 1940, poco después de derrotar a Francia, un grupo de altos jerarcas del régimen del Tercer Reich propuso formalmente un proyecto que llevaba varios años ideándose: deportar 4 millones de judíos a un gran territorio del índico perteneciente al puñado de colonias franco parlantes, Madagascar. El plan contemplaba que ese país insular presentaba “condiciones hostiles” y un terreno que, a su consideración, era “prácticamente inhabitable”. Eso, se suponía, era un aliciente para que la iniciativa fuera más siniestra.

Una serie de problemas “logísticos”, a cargo de Eichmann y Ribbentrop, impidieron que el denominado “Plan Madagascar” prosperara.

La República Malgache es hoy la cuarta isla más grande del mundo. En ese pedazo de tierra del tamaño de Francia viven 22 millones de personas con la octava economía más débil del planeta. El Banco Mundial estima que “el 70% de su población es considerada pobre, mientras que el 59% es extremadamente pobre”.


En esta isla, donde comer es un acontecimiento y vivir un privilegio, de cada mil niños que nacen un 60% no logra llegar a los 5 años de edad. El promedio de vida supera a penas los 60 años para aquellos que tienen la suerte de sobrevivir. Los que crecen como para poder contarlo viven en un 80% con menos de dos dólares por día, presupuesto que con una incipiente inflación y una perpetua devaluación de su modesta moneda se vuelve obviamente insuficiente.

Los períodos de lluvia están plagados de tifones e inundaciones; los de sol de sequías e incendios abrumadores. La histórica y salvaje deforestación de un territorio ya mayoritariamente depredado empeoran la situación ambiental.

Esto, hoy. La situación hace 47 años, cuando un flaco y pelirrojo cura argentino de la orden de San Vicente de Paul decidió partir hacia ahí, era aún más compleja.

Fue pasada la primera mitad de 1969 que un tal Pedro Pablo Opeka, hijo de obreros eslovenos, dejó -con lágrimas en los ojos- las misiones que había emprendido en el sur de Argentina trabajando con mapuches en la Patagonia para ir hacia una remota y abandonada isla al este de África. Su intención: integrarse a las comunidades malgaches para tratar de enseñarles a construir sus propias viviendas y devolverles la dignidad que la pobreza extrema les había quitado.

Así, el joven padre de apenas 20 años, llegó en barco a una isla con hambre y conflictos étnicos entre 17 tribus que lo único que compartían era un rito generalizado: el Famadihana. Este ritual pagano consistía, y aún persiste, en quitar los restos putrefactos de los cadáveres de los familiares muertos y sacarlos a pasear envueltos en una tela como parte de una fiesta que agrupaba a todos los pueblos. Salvo eso, todos eran universos enfrentados entre sí.

Pedro caminaba entre personas que le daban la espalda. Le hablaba a gente que no lo escuchaba, y si lo hacían, recibía risas, insultos o incluso agresiones por parte de quienes se decidían a hacerlo.

Luego de un año de esfuerzos hasta el momento en vano, el pelirrojo Padre Pedro cayó en la enfermedad, sumido en un combo de cólera, paludismo, fiebre, diarrea y vómitos asesinos. Internado en un paupérrimo hospital público alejado de la capital malgache, el joven argentino se sintió morir. De hecho, clínicamente, estuvo muy cerca de hacerlo.

Pero, cuenta él, que un día tuvo una epifanía. Se vio en tercera persona, como desde afuera, muerto y rendido en una cama sin haber logrado nada. No podía colgar los guantes y tirar la toalla sin siquiera haberse acercado a lo que había soñado.

Y, así, cuentan hoy de manera quasimítica los malgaches, nació lo que ellos llaman “El Combatiente de la Esperanza”.


Fuente: http://tn.com.ar/sociedad/el-argentino-que-puede-cambiar-el-mundo-la-llegada-la-tierra-prometida_711320